DUARTE, uno de los dominicanos más «irrespetado»…

NOTA: Este artículo fue escrito en la Revista Ahora, edición No. 227 del 27 de enero del año 1969. CITAMOS.
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CAPSULA DE NUESTRA HISTORIA.- El ministro de Interior y el jefe de la policía no han sabido respetar siquiera el día del fundador de la República, Juan Pablo Duarte, quien junto con los demás Trinitarios la creó, no como cárcel, sino para la libertad de todos los dominicanos.

Lo que cometieron en ese día, que debería ser sagrado para todos los dominicanos bien nacidos, constituye una indignante, y sobre todo innecesaria profanación no sólo de la memoria, sino de la vida, del sacrificio, de la lucha y de todas las muertes de Juan Pablo Duarte.

De todas sus muertes: lo hemos dicho así en plural, porque él murió muchas veces: cada vez que aquél bando traidor y parricida violó la independencia de la Patria, o cada vez que algún dominicano desconoce la libertad de sus conciudadanos.

Pero fue mortal para Duarte a aquella noche de que hablamos sobre todas, la noche de su día, porque esa vez la libertad la pisotearon para impedir que los dominicanos, los hijos de la patria que él fundó, rindieran homenaje de encendida admiración, respeto fervoroso y amor patrio a la memoria sacratísima del fundador de la República, a sus hazañas de combatiente puro, y a su ejemplo que debiera tener mayor número de seguidores.

¿Repórtense los desmandados! Porque un país donde el primerísimo deber, deber por excelencia de la dominicanidad, de honrar a los Padres de la Patria, se rebaja, en las consideraciones oficiales, a delito de subversión que congrega el amago de las bombas lacrimógenas y el apresto de armas automáticas y represivas, es país que se halla en bancarrota de civismo y donde el reloj en que suenan las más graves advertencias está marcando la hora en punto de hacerse un examen de conciencia, en vez de seguir, ciegos, al borde del abismo.

Esa noche, 26 de enero de 1969, la policía tenía rodeado el Parque Duarte de la capital, e impedía que los civiles se acercaran a la estatua del libertador.  ¿Acaso estaba protegiéndola? ¿Se había hecho necesario el cerco policial por haberse descubierto que algún demente intentaría afrentar al Padre de la Patria? Por increíble que parezca, se trataba de todo lo contrario: la universidad Autónoma de Santo Domingo, había anunciado la celebración de un acto cultural en dicho parque, para contribuir a la solemne conmemoración del natalicio de Duarte, y había invitado al pueblo a sumarse a la celebración patriótica.

El programa del acto solamente incluía lo siguiente: a) Palabras de presentación para exaltar la memoria del Padre de la Patria, a cargo del vice- rector de la universidad y conocido historiador, doctor Hugo Tolentino Dipp; b) Lectura del Ideario de Duarte, por el Teatro Universitario; y c): Canciones antiguas, por el Coro de la universidad, ganador del Primer Premio en el Concurso Latinoamericano celebrado en Chile.

No había nada más. Todo era Duarte, exaltación de Duarte, fidelidad a Duarte. Por más explicaciones que intentó dar a la policía el rector de la universidad y otras autoridades del alto centro docente, la respuesta era invariable: el Ministro del Interior había decretado la prohibición del acto.

Este no podría celebrarse por más Padre de la Patria que fuera Duarte. Como es lógico suponer, muchos de los asistentes protestaron. ¡Guay de los pueblos que guardan silencio cuando les prohíben enaltecer a sus libertadores! Y la protesta se hizo grito y clamor de voces.

Y entonces sonaron amenazantes los cerrojos de las armas y la violencia desalojó del Parque Duarte a la muchedumbre de gentes que había acudido allí a honrar a aquél por cuya hazaña tiene nombre.

¿Se han dado cuenta, tanto el ministro del Interior como el jefe de la Policía de lo que significa todo Esto? ¿Han entendido ellos la monstruosidad que representa que en la República Dominicana se haya prohibido al pueblo que le rinda homenaje de patriotismo nada menos que al Padre de la Patria? Y, todo esto ocurre, ¡cuán demoledora puede ser a veces la ironía!, bajo un gobierno cuyo presidente, al escribir una laudatoria biografía de Duarte, le puso este título: “El Cristo de la Libertad”. Y nosotros preguntamos: ¿Cómo es posible que todavía los sigamos crucificando?

Y otra cosa: este episodio nefasto parece confirmar que el desprecio irreverente hacia los Padres de la Patria se está convirtiendo en norma de conducta para ciertos sectores oficiales. Porque no es hecho aislado, sino que ocurre poco tiempo después de aquella otra noche en que al asaltar un contingente militar el local del Sindicato POASI, fueron ametrallados y deteriorados los retratos no sólo de Duarte, sino también de Sánchez y Mella.

Y entonces, en relación con el desagravio que propusieron diversos sectores políticos, el presidente de la República opinó que no era para tanto.

Y finalmente, la llegada del nuevo ministro a la cartera del Interior, hizo pensar a muchos en la posibilidad de que se abandonara ahora el empecinamiento con que el doctor Sméter, ministro precedente, dictada prohibiciones contra el ejercicio del derecho de manifestación y de reunión consagrado por la Constitución vigente. Pero no; el estreno del ministro actual ha superado con creces todos los desaciertos de su antecesor, puesto que si aquél, como se dice, no se paraba en chiquitas, éste no detiene sus desmanes prohibitivos ni siquiera ante lo que constituye realmente una grandes nacional, como lo es la memoria de Juan Pablo Duarte.

Y es el caso de decirlo. A lo menos que pueden aspirar los dominicanos, es a tener, aunque sólo sea eso, gobernantes respetuosos de Duarte, a quienes no les inquieten las reverencias con que el pueblo honra a sus Libertadores. (Cuán amargo es el sabor que deja el tener todavía que reclamarlo, a tan altas horas de nuestra republicana)…

 

 

 

 

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