Desde su ascenso al poder político, Rafael Leónidas Trujillo Molina empezó a darle impulso al merengue, logrando imponerlo en los llamados salones, donde acudían a fiestar y bailar las personas llamada de la alta sociedad, quienes veían con desdén nuestro ritmo popular y preferían escuchar y bailar aires europeos y norteamericanos. VEA VIDEO….
Como una manera de vengarse de esos sectores pudientes que antes de que fuera presidente no lo aceptaban en sus salones, Trujillo humilló a esas personas haciéndolos bailar al son de los merengues típicos. Pero también utilizó las notas alegres de nuestro ritmo para posteriormente promover sus sucesivas reelecciones. De ese modo lo llevó a los lugares más apartados del país. Ñico Lora y Toño Abreu fueron sus puntales en sus cruzadas de merengue y reelección.
Dicen que el tirano era un buen bailador de merengues. Y es indudable que todo esto contribuyó al enorme auge que entonces empezó a adquirir nuestra música autóctona.
Y fue así como en este país no hubo un compositor reconocido que se le escapara para tomarlo en favor de la realización de sus propósitos y para endiosarlo ante los ojos de la gran mayoría ignorante e indefensa del pueblo. Unos lo harían gustosos, otros quizás, por la fuerza de las circunstancias. ¿Quién se atrevía a contradecir la palabra y los deseos del jefe?
Hoy en día habrá muchos que estarán orgullosos y nostálgicos por su producción y otros que estarán muertos de doble vergüenza, por haber escrito para el tirano y por haberlo tenido que hacer sin otra alternativa posible que la prisión, el vejamen, la tortura, o en el peor de los casos, la muerte por comunista o desafecto al régimen.
A la mínima cosa que surgiera oírse con suficiente fuerza, y bombardeo por todos los frentes por la presencia del caudillo, no se podía esperar otra cosa que adoración ciega a un dios terrenal.
Todavía recuerdo los tiempos, dice el autor de este artículo, en que los mayores nos hacían repetir que teníamos tres papás. Nuestro propio papá. Papá Dios y Papá Trujillo.
Nuestro pueblo estaba casi totalmente ajeno a su realidad amarga, y si algo llegaba a saberse, por seguridad personal había que tragárselo.
Poco antes de acontecer el ajusticiamiento del tirano, al país llegó desde España la Antología musical de la Era de Trujillo, desde el 1930 al 1960, publicación de la Secretaría de Estado de Educación y Bellas Artes. Estaba compuesta de cinco tomos. Tres de ellos conteniendo 100 merengues cada uno, y las dos restantes 200 canciones de ritmos variados dedicados, tanto éstas como aquellas, a su obra, a su familia, su gobierno y su persona en general. Fue la reunión de los compositores del país en una sola obra dedicada al jefe.
Aunque todos aluden a él, de los 300 merengues, hay 113 que tienen en su título la palabra Trujillo o su derivante trujillista. Los músicos dominicanos Juan F. García y Luis Rivera, fueron los encargados de su elaboración. En ella, el primero manifiesta que a la altura a la que había llegado el merengue entonces, en él se había operado, por propia necesidad de adaptación, un fenómeno más. El pasatiempo, que es un período de descanso para la voz, introducido por los mismo compositores y ejecutantes, apareciendo pues, en esa edición con la composición de paseo, copla, pasatiempo y jaleo.
En la antología, escrita con lo musical y los temático a la vez, la mayoría de las piezas típicas no aparecen como originalmente fueron suministradas por sus autores, sino que fueron adaptadas, y corregidas para agregar paseos y pasatiempos, conservando la mayor fidelidad de los textos y giros melódicos originales y en beneficio de la buena apariencia, la claridad y el buen gusto.
En el pórtico del primer tomo, Rivera escribe así. La Gratitud y es sentir del pueblo hacia su benefactor van en tributo de afectos a cantar sus glorias en diversas formas musicales desde que él se lanzó como hombre público a forjar la patria. Como abanderado del sentir popular, despertando en nosotros el amor a nuestra tierra con el merengue, como un himno de dominicanidad.
Hay que tomar en cuenta que esa obra sólo es una antología, lo que significa que por los aires de la patria vagaban otras melodías que no fueron seleccionadas, pero que en el fondo iban a parar a la misma fuente cloacal.
La cita de los autores que participaron con sus composiciones en esa antología, nos da una idea de cómo fueron utilizadas las cabezas pensantes del país para perpetuar la imagen latente de Trujillo. Él supo emplear muy bien los recursos que tuvo a su disposición. Quizás por eso estuvo tanto tiempo en el poder, y sólo pudo llegársele a destruir por la desaparición física de su persona, aunque su espíritu todavía prevalece en gobernantes posteriores y en otras personas que no lo han sido todavía, pero que mejor sería hundirnos antes que verlos llegar ahí.
Si algo tienen de bueno muchos de los merengues dedicados a Trujillo, es su buena ejecución y lo pimentoso de su ritmo, porque para las casas del jefe, eso sí, había que ser bueno. Las letras son puros disparates, dedicadas a sobreponerlo en un plano poco visto en nuestra historia republicana. Sobrellevarlo aún más allá de su propia realidad como estadista. Y aunque muchos aluden a circunstancias históricas, o a la construcción de obras de inestimable valor para el progreso de nuestro país, la verdad es que nunca se quedaban los versos destinados a darle gracias al todopoderoso terrenal, o a tomar como hecho valorativo celebrado, no por ser de bienestar para el pueblo, sino por haber sido hecho por el tirano.
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