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DOMINICANOS que han tenido experiencias con OVNIS….

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Dominicanos conocidos que han tenido encuentros con objetos voladores no identificados, OVNIS y otras historia similares. Los cielos y territorio de nuestra República Dominicana han sido pródigos en avistamientos y contactos con naves y seres que definitivamente no pertenecen a este mundo, dimensión o tiempo. A principios de la década de 1970, tales fenómenos se multiplicaron en forma abrumadora y desde entonces han continuado con más o menos intensidad. OIGA Y VEA AUDIOVISUAL PODCAST AQUI..

El intelectual y escritor Tony Raful, tuvo una iOGApactante experiencia que disipó su escepticismo –si acaso tuviera- sobre la existencia de alienígenas y su presencia en la Tierra.

Conducía su Volkswagen por la entonces carretera costera San Pedro de Macorís Boca Chica, en septiembre de 1972, junto a una amiga y al abogado Doctor José Florentino Sánchez, regresando de La Romana, donde visitaron a una compañera de estudios. Aproximadamente a unos 15 kilómetros antes de llegar al cruce del conocido balneario, justamente donde había –o hay todavía- una pequeña ensenada, siendo aproximadamente las 8 y 30 de la noche, se encontraban Raful y el abogado Sánchez conversando acerca de la naturaleza y efectos de la propaganda, sobre todo política, y cómo distorsiona la mentalidad de las sociedades. – ¿Tú ves eso de los OVNIS?, decía el abogado -Estoy seguro que es propaganda, sobre todo de los Estados Unidos, para distraer a la población de los verdaderos problemas sociales. Tony, que escuchaba y respondía con monosílabos, aunque no estuviera plenamente de acuerdo, decidió responder a esa aseveración. –No es así como yo lo veo, Florentino. Hay indicaciones de que existe algo más, cosas que aún no entendemos y son muchos los testimonios de fenómenos que no tienen sólida explicación. Sánchez recurrió entonces a Carl Jung, aduciendo que eso era resultado de visiones del inconsciente colectivo. Justo en ese momento se le mete al VolsWagen un ruido que los ocupantes interpretan es una goma ponchada. En un estrecho claro a la derecha de la angosta –y peligrosa- carretera de dos vías, prudentemente parquea el vehículo. Salió Tony a verificar la causa, y se admira al contemplar una clara noche de Luna llena, con cielos límpidos, y revisándolos, encuentra todos los neumáticos bien. Vuelve a montarse, y su vehículo entonces no enciende. –Pues tendremos que empujarlo, dice Florentino. Al salir, aparece a una altura de unos 6 ó 7 metros un objeto ovalado, lo más parecido, si comparación se hiciera, a un helicóptero. Tony grita -iCuidado!, es un helicóptero, y parece que no funciona y puede venir hacia acá. –Pero, qué estás diciendo, Tony, fíjate que no tiene hélices. El futuro laureado escritor confirma lo dicho por su amigo, observando, además, que el oblongo artefacto, mal medido, como de unos cuatro metros de largo, es de un color cobrizo, y tiene por ventanas unas rejillas estrechas, una al lado de la otra de las que dimana luz. El objeto se encuentra a unos 10 metros de distancia, junto a las palmas, inmóvil. Unas lucecitas de una coloración amarillenta diferente son advertidas pulsando débilmente en algunos de los contornos del extraño y ahora atemorizante objeto. Tony y Florentino entran al auto, y trata de encenderlo… inútilmente. Subidos vidrios y atrancadas las dos puertas, por más de un minuto el OVNI permanece en el aire inmóvil, hasta que, lentamente empieza a moverse en dirección al mar. A una distancia de 100 metros o más, mar adentro, se posa encima del agua, estando sobre ella, unos dos metros y queda reposando allí unos 6 ó 7 segundos. Repentinamente, de velocidad cero salió disparado a ras del agua a una velocidad mucho mayor que un vehículo de carreras Fórmula Uno. Estimándolo bien luego, supuso el poeta e intelectual, que viajó, desde el momento en que “arrancó”, a unos 600 kilómetros por hora, hasta desaparecer en el horizonte. Boquiabiertos aún se encontraban cuando sintieron tremendo y violento frenazo de un autobús de pasajeros, justo detrás, del que se bajaron rápidamente su chofer y varios ocupantes, preguntando alterados qué era eso que habían visto volar hacia el mar, y luego salió disparado “como la jonda’ el diablo” encima del agua. El chofer le manifestó a Tony y a acompañantes que al avistar el objeto desde atrás, todavía distantes, el autobús empezó a zapatear, y no podía avanzar hasta que vieron al artefacto moverse hacia el mar. Nuestro amigo Raful y sus acompañantes no pudieron –ni tampoco hasta hoy pueden- dar respuesta a qué fue lo que vieron. Unos diez minutos después, tras reponerse de la experiencia, Tony logró encender el escarabajo y, sin más, reemprendieron el retorno a la capital.

En agosto de 1972, y coincidiendo con el aviso de la aproximación de un mal tiempo atmosférico, mientras nuestro hermano Marcos Rafael conducía por el Malecón con destino a su hogar poco después del mediodía, se detuvo junto a otros vehículos y testigos, que también se desmontaron, incluyendo a Don Pedro –Peter- Morales Troncoso, para observar frente al Malecón, desde pocos metros del Monumento a la Independencia Financiera de Santo Domingo, mejor conocido popularmente como ‘El Obelisco Hembra’ un objeto perfectamente cuadrado, lo más semejante a un cubo aparentemente metálico, de mediano tamaño, que parecía ser la punta o parte superior de algo sumergido más grande, que al parecer, proviniendo de la desembocadura del Ozama, a velocidad se movía a ras de agua, alejándose hacia mar afuera, produciendo apenas una muy leve ondulación en el agua, aunque sí se advertían unos chorros delgados, algunos ocho, que rodeados de un rocío vaporoso que también subía, eran disparados a una altura tal vez de un metro y medio, a la distancia estimados, mientras avanzaba. ¿Submarino que empezó a ser avistado a unos 20 metros de la costa? El objeto fue alejándose y fue divisado por unos siete minutos hasta perderse de vista. Entrevistado Don Peter Morales y mi hermano, todavía no acertaban a definir qué extraño objeto era éste, pero “definitivamente no era un submarino como los que conocemos”.

Son muchos los senderistas y montañistas dominicanos que por años han dado cuenta de cruces nocturnos de objetos voladores comparables a nada que hayan visto antes, algunos de ellos pasando a poca altura sobre sus cabezas, en el atardecer, mientras arribaban a su destino, o cuando se encontraban acampados en las noches, con formas y colores diferentes: platillos, naves luminosas en forma de cigarro, naves opacas y triangulares con luces en los bordes; el menú de avistamientos es largo. Las montañas de la Cordillera Central en el corazón del Cibao, se llevan la marca en la ocurrencia de estos fenómenos.

El brillante arquitecto José Leandro Ferrúa, me narró la impresionante experiencia que le ocurriera, junto a su esposa, Hilcia, y varios amigos, a los que acompañaban en la terraza de la segunda planta de una residencia ubicada en la Avenida Anacaona en Santo Domingo. Distraídos se encontraban, cuando notó con la “esquina del ojo” una fulguración; al mirar hacia el Parque Mirador del Sur, situado frente a la terraza donde se encontraban, exclamó –iMiren lo que está detrás de esos árboles! Fijando todos los presentes la vista al lugar señalado, a unos 70 metros, observaron un segmento superior esférico que sobresalía entre las densas copas de varios árboles, casi frente a la residencia, con fulguraciones brillantes de luz que en forma casi pulsátil cambiaban de tonalidad entre las que advirtieron el anaranjado, el rojo, el blanco, el amarillo y un azul verdoso. El objeto, que prefiguraba gran tamaño, se levantó y se mostró por encima y detrás de los árboles con una breve y rápida ascensión que lo dejó ver hasta la mitad, ante lo que uno de los presentes gritara –iCuidado, viene hacia acá! No bien se terminó de pronunciar la advertencia, narró José Leandro, el objeto volvió otra vez a descender, como si se escondiera, detrás de los árboles, para ¿tomando impulso? salir raudo hacia el cielo, mostrando su enorme tamaño, todo el fulgor de sus colores cambiantes y desaparecer en lo alto a una velocidad increíble.

El comunicador y crítico de arte, Miguel A. Rivera, aún renuente por años a compartir esta historia, finalmente accedió a relatarnos la singular experiencia que tuviera regresando de una actividad social de Acroarte, aproximadamente en marzo de 1988. Mientras se dirigía cerca de la 1 y 30 de la madrugada, de regreso a su hogar con esposa y hermana, distinguió junto a sus acompañantes, a partir del momento en que cruzaban el Puente Duarte, un objeto bien definido, de tamaño más bien pequeño –no excedía en diámetro dos bolas de baloncesto- de colores cambiantes, que volando a no más de 80 metros en paralelo los seguía, se colocaba adelante a no mucha distancia y luego se quedaba rezagado.

Rivera, de naturaleza más bien serena sintió, más que preocupación, algo de molestia o incomodidad por aquello que, sea lo que fuere, los seguía, e inútil resultaba que subiera o bajara la velocidad de su vehículo, el objeto se mantenía siempre cerca. Aproximándose a la estación de combustible ubicada en la intersección de la Avenida España con Las Américas, decidió entrar a la bomba y detener su Station Wagon Mazda, a fin de esperar que el objeto se marchara. El aparato entonces se detuvo en lo alto del cruce del puente elevado de la Avenida España con un curioso movimiento leve hacia arriba y abajo. Luego de comprobar que no se marchaba, decidieron continuar y fue que, entrando ellos a la Autopista de nuevo, el objeto cruzó a la derecha, hacia el mar. Los siguió un momento en paralelo a la distancia y desapareció. Un poco más serenos pues, continuaron, cuando a la altura de los Tres Ojos, nuevamente avistan a la misteriosa bola de variada luminiscencia regresar desde la dirección del mar y colocarse estática –salvo los ligeros vaivenes verticales- a unos 80 metros adelante y a la altura de la punta de un poste de luz. El trío se impactó, y las dos mujeres entraron entonces en pánico, mientras Rivera, ya inquieto, intentaba fingir calma y conversación tranquilizadora. Continuando la marcha, el objeto, a la misma velocidad seguía adelante hasta que, en el momento antes de hacer entrada a su vecindario, ubicado en el sector Los Frailes, donde vivía en ese tiempo, tuvo un arranque de valentía y, a pesar de los ruegos de su familia, salió del vehículo como desafiando a la bola, que otra vez quedó estática, salvo por sus leves vaivenes verticales. Fue entonces que rápidamente entró a su vehículo, y dobló presuroso a su hogar para librarse de la desconcertante –y ahora atemorizante- molestia. Finalmente, ya presa de gran aprensión logró llegar a su hogar, dejando rápidamente el automóvil fuera y encerrándose dentro. Ya en su habitación, por curiosidad, al rato abrió una persiana hacia el patio para asegurarse de que su enigmático perseguidor se había marchado, comprobando para su consternación y espanto que el fulgurante objeto estaba detrás del muro limítrofe varios metros arriba, –aparentemente esperando.

Parece existir una relación entre la ocurrencia de fenómenos y desastres naturales y la aparición de objetos voladores extraños. Antes, durante y después de temblores, tsunamis y erupciones de volcanes, en muchos lugares de nuestro planeta han sido avistados por muchas personas y filmados, OVNIS, alrededor del evento. El 3 de septiembre de 1930, como relatara en el artículo “Memorias maternas del San Zenón” mencionó la aparición, cerca de las seis de la tarde de un objeto esférico de gran tamaño y fulguraciones cambiantes distinguibles a pesar de la opacidad de las lluvias y los violentos vientos a una distancia estimada de unos dos kilómetros de la costa y unos 100 metros sobre el agua, visto por muchos capitaleños que vivían cerca del mar, permaneciendo inmóvil por mucho tiempo –a pesar de los violentos vientos ciclónicos.

Pero si los avistamientos de naves extrañas sorprenden, más atemorizantes resultan los contactos físicos con seres inteligentes que no pertenecen a la especie humana, los llamados encuentros del tercer tipo.

Dos empleados de la Discoteca Evaldra de Constanza, salieron, al terminar sus servicios de camareros, hacia sus hogares, alrededor de las 2 y 30 de la madrugada, un sábado de septiembre de 1988. En el camino, pueblo arriba, observaron entre la penumbra de un callejón, mientras pasaban, la figura de un hombre más bien pequeño, con una casaca verde y algo larga, parecida a las de lana que sirven a los militares en tiempos de frío. Se detuvieron a ver de quién se trataba, pues todavía en ese tiempo todo el mundo se conocía en Constanza, y al notar que la figura humana permanecía sin movimiento en silencio y llevaba en los ojos algo como unos anteojos redondos oscuros le preguntaron si necesitaba algo. No bien terminaron de preguntar, la figura se sacude y abre los brazos hacia los lados mientras empieza a emitir un sonido vibratorio, un zumbido, como de mecanismo, al tiempo que se le encienden rojizos los ojos, o lo que parecían lentes. Las piernas de Rafelito y acompañante se movieron hasta casi tocar sus nucas, al emprender la huída en la nunca bien cronometrada competencia de velocidad humana: la carrera por espanto.

Aunque parezca emocionante, revelador o romántico para aquellos que desearen un avistamiento o encuentro cercano con seres o naves de fuera de este mundo, es bueno recordar los adversos efectos a la salud que muchas personas han sufrido tras estar en cercanía con estos fenómenos. Por nuestro lar dominicano, en una finquita de San Francisco de Macorís, una pareja, cuyos nombres al parecer no desean revelar fue despertada e iluminada con una luz caliente azul-verdosa a las 3 y 30 de la madrugada, en medio de un tremendo zumbido. Al salir fuera el esposo para ver de qué se trataba, encontró que a unos 25 ó 30 metros se encontraba algo como un disco volador que cambiaba de colores. Al entrar asustado a la casa, el calor y la luz se intensificaron, y tras desaparecer, quedaron con irritación de ojos y molestias en la garganta cerca de una semana. Se han reportado en otros lugares quemaduras, cefaleas y daños muy serios a la salud de los testigos casuales.

Vastas y abundantes son las narraciones, los testimonios dominicanos del fenómeno OVNI y los avistamientos de extraños seres inteligentes en nuestra amada tierra dominicana, que no es posible consignar en un solo artículo. Pendientes quedan espeluznantes y sorprendentes vivencias de naves, seres y extrañas zonas del país de una fenomenología desconcertante, que aún a los escépticos puede poner a pensar. Entregaremos una segunda parte, en la que hemos reservado, por eso del suspenso, lo mejor de la cosecha, si nueva vez tenemos la gentil condescendencia de este prestigioso medio.