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PANEGÍRICO AL DR. PEÑA GÓMEZ, LEÍDO POR Hugo Tolentino Dipp…

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SANTO DOMINGO, RD.- El día del enterramiento del doctor José Francisco Peña Gómez, el doctor Hugo Tolentino Dipp, fue quien leyó el panegírico con que fueron sepultados los restos del fenecido líder.
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Dijo Tolentino Dipp.

Por dónde comenzar para decirle a dios a este ilustre muerto, a este coloso de la tenacidad y la superación, al más grande líder popular que haya existido en la historia de nuestra patria, que no sea obligado a recordar la infamia y la tragedia, pero también, para nuestro agradecimiento nacional y el de nuestro Partido Revolucionario Dominicano, recordando la bondad y la generosidad, el equilibrio y la ecuanimidad que marcaron y definieron de manera principal la vida de José Francisco Peña Gómez.

Infamia y tragedia que desde su niñez se abatieron sobre él y que hasta el día de hoy sólo han servido, por su elemental y equivocado propósito, para ahondar dolores y prejuicios entre los dominicanos y entre dos pueblos que por mil razones debieran quererse fraternalmente.

Que desorientados y deformadores de la verdad los juicios que quieren hacer de aquel primer episodio de infamia y tragedia un justificado sacrificio en honor de los manes de nuestra nacionalidad. Qué pequeña e insignificante resulta nuestra personalidad nacional cuando se quiere hacer creer que ese holocausto contribuyó a reafirmar nuestra identidad nacional y a preservar una pretendida, por mentirosa, pureza cultural europea.

Lo dominicano, sus verdaderas esencias, es esta amalgama racial y cultural que desde el fondo de la colonia ha venido creando y recreando su propia historia en un proceso donde las traiciones, las lealtades, los triunfos, las derrotas y miles de avatares han sintetizado una específica cultura y un definido perfil nacional. Eso es lo dominicano, que muchos ignoran o rechazan, pero que es la vida misma de esta nación, su pasado, su cotidianidad y su futuro.

Lo que nos corresponde a los que nos sentimos dominicanos es descartar lo que de espurio han introducido en todo ese largo proceso histórico la infamia y la tragedia.

Ahí en ese féretro yace un combatiente sin pausas en la brega de engrandecer nuestra patria y desterrar de ella la infamia y la tragedia.

Por más que se le quiso negar su autenticidad dominicana nada pudo detener su entrega absoluta a un ideal y a un país que soñó y quiso democrático. Casi cuarenta años de entereza, de trabajo incesante, de sacrificios, sin exigir ni esperar nunca agradecimiento o retribuciones, forjando a golpe de voluntad un prestigio nacional e internacional orientando en la convicción de que la lucha contra la pobreza nuestra y la pobreza ajena sólo encontraría perspectivas de solución a través de una democracia que hiciera de la solidaridad, la justicia social y la participación sus objetivos prioritarios.

No pudieron nunca la infamia y la tragedia desviarle el rumbo, nublar las auroras que vislumbraba para los dominicanos y los pobres de este mundo.

Y así, camino adelante y visión esperanzadora, hizo de la bondad y la generosidad su escudo y su lanza, su catecismo y su Biblia. Frente a todos los agravios que quisieron infligirle la maledicencia, la envidia, los prejuicios, la calumnia, la mentira, con la bondad y la generosidad en ristre, con las escrituras en los labios, acrisoló su vida en la vocación de amor al prójimo y, sobre todo, de amor a los pobres, a los que él sabía que como él conocían la miseria, la penuria, la humillación. A los que como él conocían la infamia y la tragedia.

Qué de veces le vimos reaccionar cuando algunos amigos no sin justa razón, le aconsejaban responder a esas ofensas con la fuerza de sus palabras y con el avasallador poder de su liderazgo en el pueblo. Nunca quiso hacerlo, repitiendo de manera incesante que el rencor y el odio rebajan la calidad humana y envenenan el alma.

“Perdonar, les decía, me ha permitido seguir avanzando, no puedo detenerme a injuriar, porque entonces no podría continuar luchando a favor de mi pueblo. Yo quiero vivir y morir con el alma limpia”. Esa era la respuesta, la de la bondad y la generosidad de José Francisco Peña Gómez.

Qué de veces tuvo que poner oídos sordos a quienes, con razón o sin ella, le sugerían no proteger a políticos de su partido o de partidos extranjeros cuestionados en su moral por algunos sectores de la vida nacional o internacional. Los protegió y defendió, por bondad y generosidad, a sabiendas de que sobre él caería la crítica intolerante.

Pero nada puede describir mejor sus convicciones acerca de la infamia y la tragedia y acerca de la bondad y la generosidad de su alma, que estas frases dichas por él cuando daba sepultura, en esta misma tierra, a su madre reencontrada:

“Y espérame que, antes o después que mis enemigos, un día perdido, en el futuro, yo también seguiré tus pasos. Entonces, aquellos que maldijeron mi nombre y el tuyo porque no nací con el color de la nieve, sabrán que, en la casa de los muertos, no hay reyes ni príncipes, ni presidentes, ni ricos, ni pobres, ni blancos, ni negros. Solamente polvo”.

Y si en su incansable actividad política queremos ir más lejos en la definición de este extraordinario dominicano, son también el equilibrio y la ecuanimidad las categorías que nos dan la justa dimensión de su grandeza.

Es bien verdad que José Francisco Peña Gómez tuvo palabra de fuego y de flagelo, pero basta con buscar sus discursos, publicados en más de dieciséis volúmenes, para cerciorarse de que sólo con firmes advertencias podía detener las injusticias, las conspiraciones, las corrupciones, los abusos de poder, los crímenes y violaciones que han trastornado tan repetidamente la frágil democracia dominicana.

Lo que sí tuvieron su palabra y su actividad política de consuetudinario y previsor fue un sano espíritu de equilibrio y de ecuanimidad. Equilibrio y ecuanimidad para encontrar y mantener en el seno de su partido la necesaria armonía, la indispensable unidad, la conformidad y la satisfacción frente a rencillas y ambiciones.

Equilibrio y ecuanimidad frente a esa enmarañada e innumerable complejidad de los intereses económicos, políticos y sociales que se expresan en la sociedad dominicana.

Cuántas, cuántas veces tuvo José Francisco Peña Gómez que intervenir frente a unos y otros para restañar heridas, para impedir sinrazones, para prevenir desafueros, para evitar tragedias, para hacer justicia, para favorecer a los más desposeídos y para establecer el fiel de la balanza. Y todo eso por pura vocación humanista y democrática, sin concepciones que degradaran su entereza y su moral, esa entereza y esa moral que yacen ahí resplandecientes a través de esa noble mortaja.

De él, de José Francisco Peña Gómez, debieran aprender los heterodoxos de hoy, los que viven en el dogma de la perfectibilidad de la intransigencia, de la infalibilidad, de la inflexibilidad y de la angurria, para que toda la gente dominicana, para que primero la gente, pueda tener la esperanza de compartir, sentada en la misma mesa, los bienes espirituales y materiales con que cuenta nuestro país, por pocos que estos sean.

A los amigos y compañeros que han venido desde distintas partes del mundo a expresar su dolor y su solidaridad a los familiares de José Francisco Peña Gómez, a este pueblo dominicano que se deshace en amor y en llanto ante su muerte y a su Partido Revolucionario Dominicano, gracias, gracias de corazón en nombre de todos.

Por dónde terminar este adiós a este ilustre muerto, a este coloso de la tenacidad y la superación, al más grande líder popular que haya existido en toda la historia de nuestra patria, que no sea exhortando a todos los dominicanos para que sigamos su ejemplo, para que en el recuerdo histórico de la nación perdure el paradigma de bondad y de generosidad, de equilibrio y de ecuanimidad que ha sido la vida de este egregio dominicano.

Estamos obligados a hacerlo, porque de lo contrario no podrá José Francisco Peña Gómez descansar en la paz que Antonio Machado le deseó a un amigo en estos versos:

“Tú, sin sombra ya duerme y reposa. Larga paz a tus huesos.

Definitivamente, duerme un sueño tranquilo y verdadero”.

Adios, ilustre e intrañable amigo.

FUENTE: LA HISTORIA DOMINICANA EN GRÁFICA.